“Pájaros de mal agüero” (seguimos aislados del mundo, me pa que no ladran cristina señal que avanza, tonces que sigan ladrando)

presi vuelva pronto de su viaje que inutil de cobos queda como presidente hay dios mioooo

Lo que hasta hace poco tiempo estaba simbolizado por el corte de un puente entre dos países, ayer fue resignificado por un tren que unió las dos orillas del río Uruguay.
“Gracias, pueblo argentino, a veces hay pájaros de mal agüero que siempre están buscando por qué falta esto y por qué no destaparon este paso. Y por qué no tocamos a Dios con la mano”, afirmó el presidente uruguayo Pepe Mujica con ese estilo paisano que puede ser tanto uruguayo como entrerriano.

La referencia a los que incordiaban con esas preguntas, más bien exigencias, apuntó a las presiones que debió soportar en su país cuando, a diferencia de su antecesor, Tabaré Vázquez, priorizó las políticas de integración con Argentina en oposición a las tendencias de confrontación que pugnaban en el conflicto por Botnia y sobre todo por el corte del puente internacional de Gualeguaychú por tiempo indefinido. “Por qué no destaparon ese paso”, fue la frase que marcó Mujica que le decían.
Esa diferencia con Tabaré no fue leve. El corte del puente no se iba a levantar de un día para el otro. Mujica tenía que confiar en los esfuerzos del gobierno argentino para llevar hacia carriles razonables el conflicto surgido por la instalación de la papelera. La oposición desde Uruguay lo presionaba para que exigiera la represión violenta a los asambleístas. El gobierno argentino había dicho que no haría uso de la violencia y reclamaba a su vez medidas contra la posible contaminación en esa zona del río.
Si los dos gobiernos se hubieran dejado llevar en esa encrucijada por los criterios que orientaron las políticas regionales hasta los años ’90, el diferendo se hubiera convertido en un conflicto interminable. Mantener la intransigencia por ambas partes hubiera sido darle la espalda a la integración. En el caso uruguayo, hubo expresiones públicas para dejar atrás al Mercosur y encarar una especie de Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Eran los que presionaban más para obstaculizar cualquier acuerdo.
En Buenos Aires nadie se animó a tanto, pero estuvieron los que echaron leña al fuego para cerrarle el paso a cualquier solución consensuada con los asambleístas. Esa fue la manera local de jugar en contra de la integración y a favor de las viejas políticas de confrontación entre vecinos e iguales.
Solamente podían aguantar esas presiones, cada uno en su frente interno, si confiaban el uno en el otro. Los dos gobiernos sabían que destrabar las problemáticas de los dos lados exigía paciencia y tiempo. Tenían que negociar condiciones con la papelera y hacer lo mismo con los asambleístas.
Debían aguantar esas presiones, negociar y, al mismo tiempo, esperar que del otro lado también se actuara con la misma decisión y en el mismo sentido. Era cuestión de tenerle fe al otro. Eso dice la palabra confianza. Esa fe estaba más relacionada con una apuesta política estratégica que con la religión o la bonhomía. La apuesta fue por la integración, por la decisión política de destrabar, romper barreras integrar países, economías, historias y culturas.
Todo se sostiene si la apuesta sale bien, porque de lo contrario, en el caso de que el otro no cumpla, esa decisión propia será presentada como un acto de humillación. Eso se estaban jugando los dos gobiernos cuando negociaron, se dieron tiempo y confiaron. El resultado fue mejor que la confrontación. Se tuvieron confianza y no defraudaron al otro. De allí surgió una relación más fuerte que se trasluce en el trato llano entre Cristina Kirchner y Pepe Mujica.
Hay decisiones que parecen difíciles por necedad o simplemente porque hay una cortina de prejuicios naturalizados que hacen aparecer difíciles decisiones que en realidad son más fáciles. Si son inteligentes, los gobiernos pueden ver a través de esa cortina. Si manda la mediocridad, no. Hace pocos meses, en esa zona uruguayos y argentinos despotricaban unos contra otros. Ayer, al paso del tren con los presidentes salían los chacareros para hacer flamear banderas de los dos países. Así fue al principio entre uruguayos y entrerrianos, entre José Artigas y Pancho Ramírez.

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